La cultura del fracaso está muy de moda y, en parte, es cierto que aprendemos bastante más cuando las cosas salen mal que cuando todo va como la seda.

Fotografía de
Chris Potter.
También puedes encontrarlo en su Web.
Sin embargo, tras leer este interesante artículo de Alfonso Alcántara, he pensado que quizás pudiera haber transmitido que fracasar está bien, cuando esa no era mi intención.
Evidentemente, ninguno de nosotros nos ponemos en cabeza de nuestro equipo liderando un proyecto con el objetivo del fracaso como meta.
Lo suyo es NO fracasar.
Lo normal es que cuando fracasamos sea porque hemos hecho algo mal, o porque se nos ha presentado alguna circunstancia sobrevenida que no hemos sido capaces de solventar.
Por ello es importante que sepamos enfrentarnos al fracaso, más allá del hecho de autocompadecernos y lamentarnos por lo mal que nos ha ido todo. No significa que celebremos los fracasos como el culmen del proceso de aprendizaje, o que nos autoconvenzamos de que en realidad nos viene muy bien fracasar para mejorar.
Estamos fastidiados, y las cosas no nos han salido como deseábamos, pero también es cierto que durante tiempo que pasemos bloqueados por haber fracasado, lo único que estamos consiguiendo es alargar el tiempo que pasamos fracasando.
Tolerancia al fracaso.
En ese mismo artículo se menciona, un poco por encima, el tema de la tolerancia al fracaso que puede presentar cada persona.
Desde mi propia experiencia, tan malo es que una persona tenga una tolerancia al fracaso casi total, como que no sea capaz de tolerarlo nada.
Tolerancia cero.
Esto es lo primero que a la mayoría os habrá venido a la cabeza cuando hemos comenzado a hablar de tolerancia el fracaso.
Es el caso de una persona que ante cualquier eventualidad, o contratiempo, se siente totalmente frustrada y bloqueada psicológicamente.
Es seguro que antes o después vas a fracasar en algo, o cometerás un error que puede tener consecuencias negativas para ti, tu trabajo, tu familia, o algunas de las personas que te rodean.
Es evidentemente que no puedes adoptar la actitud de un avestruz, y meter la cabeza en un agujero esperando que los problemas desaparezcan por arte de magia. El cómo te enfrentes a esa situación va a determinar tu calidad como líder.
Tolerancia total.
Este tipo de personas puede exteriorizar esta actitud de distintas maneras, no sigue un patrón único, y aparentemente pueden adoptar roles de liderazgo muy diversos.
Este colaborador que vive en una realidad paralela, donde parece que no hay consecuencias por nada. Personalmente he tenido que trabajar con alguna de estas personas.
No es que no le importe, simplemente da la sensación de no llegar a experimentar el dolor que produce saberse responsable de algo que ha ido mal, aunque no afecte a nadie.
Son capaces de soportar estoicamente cualquier tipo de reproche, asumir su responsabilidad, y seguidamente verlos como si no hubiera ocurrido nada, al entender que todo ha concluido.
En parte es así, no hay porque martirizarse, pero aprendemos más fracasando porque nos duele errar, y pensar que nuestras acciones hayan podido afectar a otros.
Estas personas no es que toleren el fracaso, es que dan la sensación de no ser capaces de aprovecharlo.
En el punto medio está la virtud.
Siempre he creído que las posturas extremistas no dan buenos resultados. En este caso, es más positivo buscar un equilibrio entre no tolerar el fracaso, o tolerarlo totalmente.
Lo suyo es buscar el éxito, dejarnos la piel intentando obtener los resultados deseados. La cuestión es ¿Qué hacer si fracasamos, o si cometemos un error?
No podemos quedarnos bloqueados por miedo a fallar, evitando tomar decisiones y dar las instrucciones necesarias en nuestro equipo, o rehuyendo nuestras responsabilidades. Evidentemente, tampoco podemos bloquearnos por haber fallado.
Sí, hemos de hacer un mínimo de introspección, donde hemos de percatarnos de la responsabilidad que nos toca en lo sucedido. Un error tuyo ha afectado negativamente a tu equipo o a una persona, asúmelo.
Nos reuniremos con nuestro personal para explicarles lo ocurrido si fuera necesario, e indudablemente lo es en caso de que nuestro error les hubiera afectado de forma personal.
Hemos de superar ese dolor, y utilizarlo como un acicate que nos impulse a aprender de lo ocurrido, y nos haga mejores.
En cualquier caso recuerda que el objetivo no es lanzarte a la piscina para ahogarte, te lanzas para nadar o, como mínimo, aprender a no ahogarte.
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